domingo, 12 de febrero de 2012

El Señor de los Sombreros

            César era su nombre, el fue uno de los pocos hombres que hace años jugaban al béisbol, (jugaba de pitcher, según dice mi madre), ese deporte era su pasión predilecta, tanto que cuando él lo veía en la tele y yo era niño le decía, “eso no me gusta” , ponía cara de circunstancias y como de berrinche y me contestaba “El Béisbol es el rey de los deportes” , me explicaba todas las jugadas y todo lo referente al juego, pero yo no entendía nada, y nunca supe donde se metía el gol, o por qué de repente los jugadores se tiraban un clavado en la tierra... En fin, ya años después comprendí su pasión por ese deporte, pero no es todo lo que puedo decir de César o como le llamáramos todos cariñosamente “Tata”, ya alguna vez lo mencioné, no se si le pusieron ese apodo por la edad, o por gruñón, (igual que el profesor longaniza del chavo del 8).

            El caso es que tata para acá y tata para allá, aquel hombre era una verdadera delicia, por supuesto que con mi corta edad de aquel entonces no me daba cuenta, pero ahora que me senté a recordarlo de verdad que era un amor de persona... Según mi memoria, las primeras imágenes que tengo de él, son en la vecindad de la calle de Ocampo, entre Hidalgo y Zaragoza, allí lo conocí, él era el señor del taller de sombreros de la vecindad y de la ciudad entera, y hoy que el ya no está, creo que ya nadie repara sombreros como lo hacia él.

            Pero vamos por partes... Una de las cosas que más recuerdo de él, era su Guitarra, esa guitarra de madera color café con cuerdas de metal, mi Tata, tomaba su guitarra los días soleados y se salía al patio de la vecindad, se sentaba en un banquito de madera o en una silla sin respaldo, (típico que nunca falta la silla sin respaldo o coja en toda casa que se respete, ¿no?, en fin), tomaba su guitarra y comenzaba a afinarla, tirin, tirin, taran taran, toron toron, cada una de las cuerdas, yo aprendí tiempo después a afinar una guitarra, pero la manera en la que él la afinaba era de lo más extraño para mi, pues comenzaba a vibrar las cuerdas de una en una y después de darle algunos ajustes a las manejillas, comenzaba a tocar una melodía, y si un sonido no le salía como quería volvía a manipular la manejillas de las cuerdas de la guitarra. Hasta que estaba satisfecho y ya que terminaba de tocar aquella melodía que le servia para afinar, se cruzaba de piernas, se recargaba (en la pared claro), y medio volteaba su cara al cielo, cerraba sus ojos y con un gesto de quien disfruta mucho de lo que hace, (algo parecido a la cara que pondría un niño al probar su chocolate favorito), empezaba a tocar... De veras era tan, pero tan bonito ver a aquel hombre tocar su guitarra de cara al sol, que la mayoría de los niños de la vecindad (y éramos bastantes), nos sentábamos a su alrededor a escucharlo tocar... Hoy que lo pienso, no entiendo como casi 15 niños de entre 4 y 7 años de edad podía ser cautivados por aquel concierto de una sola guitarra, dejando de lado toda travesura y maroteria propia de la edad... No lo sé, pero así era.

            Otra de las costumbres de aquel mágico personaje, eran sus espontáneos antojos para  la comida, ya llegando el medio día, de repente (de vez en cuando pero con frecuencia), anunciaba lo que quería comer, y SE TENIA QUE COMER ESO o ardía Troya en su casa, sus antojos era algo más o menos así. Si decía que quería comer carnitas, tenia que ser carnitas, pero acompañadas con una salsa verde o Chile mordido, un frasco a modo de florero que contuviera yerbas como pápalo, romerito y cilantro, además pedía rabanitos en limón y tortillitas hechas a mano... ¿Cómo la ven?, otro de sus antojos que recuerdo, eran los frijoles de la olla, pero eso si con chicharrón recién compradito, guacamole, queso (como él lo llamaba, su taco placero) y por supuesto que no podía faltar la coca cola bien fría, a veces prefería el agua de limón o los refresco “Jarrito” de sabores. También le encantaba su café negro, bien pero bien caliente, con su bolillo.

            Y ya de sus antojos no hablemos por que me entra el hambre, pero una vez que la mesa tenia todo lo que su antojo demandaba, verlo comer era una maravilla, ver como disfrutaba de cada bocado bastaba para que uno mismo quisiera comerse un taquito exactamente como él se lo había preparado. Un detalle que no puedo pasar por alto, es que no permitía que nadie se quedara sin comer por lo menos un bocado, si todos los vecinos estaban presentes, TODOS tenia que comer, era muy compartido aquel señor, que espero esté disfrutando hoy en la mesa del señor, para que le enseñe a Dios como se come en este mundo y sobre todo en mi hermoso e inigualable México.

            De él recuerdo mucho, cuando se paraba en la esquina de Ocampo e hidalgo y nosotros chiquillos al fin, le íbamos a pedir nos comprara un dulce, él nos miraba hacia abajo (éramos unos enanos), y se metía la mano a la bolsa y le rascaba, haciendo titilar sus monedas, sacaba algo compungido lo que tenia y nos lo daba, diciendo “compren para todos aunque sea un chicle”, lo de compungido lo menciono porque creo que a él siempre le habría gustado darnos más de lo que tenia, así era mi Tata, toda generosidad, y como diría una historia bíblica que alguna vez escuche, era generoso no por lo mucho o poco que compartía, si no, POR QUE COMPARTIA TODO LO QUE TENIA.

            No había día de muertos que mi abuelito no pusiera tremendo y folklórico altar para sus difuntitos, los árboles de navidad que él adornaba eran de lo más bonito, llenos de color y vida, pienso que el niño Jesús estaba encantado de dormir en aquel pesebre hecho de pelo de  Ángel.

            Así era mi tata, no puedo evitar que se me goteen los ojos, pero es que de verdad amo a ese viejo, a ese señor de los sombreros.
            Hay tantas cosas que podría contarles sobre él, como por ejemplo su manera de vestir, hay, hay, haaay, era todo un galán ese señor, o como se dice, era un pachuco, pues usaba pantalón de pinzas, de esos que están un poco abombados de arriba y más entubados de abajo, camisa blanca regularmente, corbata negra, chaleco, suéter de vestir o saco, lentes obscuros y sombrero de esos de muchas “x's” (que significan según me dijo un día, que el sombrero es muy fino), y claro el sombrero combinaba con su ropa, y por si esto fuera poco usaba zapatos abigotados de charol con suela de cuero y tacón ingles y para sus llaves usaba una cadenita de esas que cuelgan del cinturón a la bolsa del pantalón, creo que se llaman leontinas... ¿Era o no era todo un galán?. Pero eso si, mi tata decía que el prefería no andar de traje, a andar de traje y que lo voltearan patas arriba y no le cayera ni un centavo de sus bolsas... con el cual invitar un refresco al amigo.

            Como mencioné antes, le llamo el señor de los sombreros porque ese era su trabajo, arreglar sombreros, todos los personajes de la familias de abolengo le llevaban a arreglar sus sombreros a él, una y otra vez, había tipos muy raros para mi, pues al taller iban vestidos similar a como se vestía mi tata, fumaban puro o pipas, usaban anillos ostentosos en ambas manos y hablaban en un tono medio chistoso para mi.

            Sobre esto de la compostura de sombreros, recuerdo que un día en mi inocencia infantil creí poder ayudarle a reparar un sombrero, y dejé al pobre sombrero como chicharrón, algo similar a un trapo cuando se exprime pero duro... está de más decir que me he llevado una regañiza... Pero eso si, no de él, sino de mi madre santa que bien estaba en su derecho.

            Y hablando del tema, a él no le gustaba que le pegaran a los niños, ni a los propios ni a  los ajenos, les llamaba la atención pero eso si, nada de golpes o malas palabras o atacar la integridad emocional del chamaco, él siempre amó a sus hijos y a sus nietos, y ponía el grito en el cielo si uno de sus hijos lloraba, pues quería que se les pusiera atención y fueran bien atendidos.

¿Qué que aprendí de él?, huuy, un montón de cosas, aprendí a compartir, a disfrutar de los pequeños grandes momentos de la vida, como tomar el sol, escuchar música, la comida, (pero nunca le agarre al gusto a ver béisbol, me gustaba más jugarlo), aprendí algunos trucos con la baraja española, también me enseño a hacer un jueguito con un botón y una cuerda, una especie de cine chiquito con dos hojas y trozos de papel, en fin. Muchas cosas, pero sobre todo a amar a mi familia, por ello se que a él le gustaría ver unida a toda su familia, con salud y trabajando por sus sueños, le gustaría verlos disfrutar de las bellezas de la vida, le gustaría que su familia fuera gente agradecida, pues el decía, que “Es de bien nacido saber ser agradecido”...

            Caray, con él compruebo que no hace falta ser famoso o rico para ser recordado por la gente, porque él era bueno, generoso, MI ABUELITO ERA MÁGICO, y por eso todos lo recordamos con mucho cariño.

            Sí, el señor de los sombreros, mi “tata”, ese personaje tan delicioso de recordar era mi abuelo. Su nombre Cesar Escamilla Rosales. Quizá lo pudiste haber conocido o escuchaste hablar de él... Pero lo que más deseo, es que tú tengas recuerdos así de bonitos, porque cuando recuerdas este tipo de cosas sobre la gente que amas, comprendes de donde vienes, sabes lo que te hace falta, te percatas si estás desviando el camino, te das cuenta de que tus verdaderos héroes no están en la tele o en el cine, sino más cerca de ti de lo que te imaginas y sobre todo te das cuenta que el amor nunca muere, solo se cambia de cuerpo y las personas que amas viven siempre dentro de ti... EN CADA UNO DE TUS LATIDOS.

“QUE DIOS TE BENDIGA MI TATA QUERIDO”


José Luis Loayza Escamilla.